3.10.12

La poesía de Caproni: una verdad

Antonio Muñoz Molina publicaba hace unos días un merecido y elogioso artículo dedicado a los traductores. Como lector de poesía que, por desgracia, no conoce tantas lenguas como el sabio Gimferrer (citado pero no mencionado por AMM), nunca agradeceré bastante a esos seres benéficos la posibilidad que me han dado de acercarme a tantos poemas que de otra manera no hubiera podido leer. Gracias, pues, a Juan Carlos Reche y Juan Antonio Bernier que, en este caso, me han permitido disfrutar in extenso de la poesía de Giorgio Caproni y, cómo no, a Pre-Textos que ha editado, con el gusto de siempre, su Poesía escogida
Hace ahora cien años que nació en Livorno y es, sin duda, uno de los importantes de la poesía italiana del siglo XX, la de los tres Nóbeles. Un raro, conviene añadir, de la generación "de en medio", la de otro trío de grandes: Luzi, Bertolucci y Sereni. Alguien que dijo: "El poeta no tiene nada que ver con la persona física, la figura del poeta es una figura puramente mental". (Uf, no me resisto a imaginar lo que ganaríamos si algunos vates de por estos lares se aplicaran el dicho.)
En Génova hizo el bachillerato (o pasó la adolescencia, tanto da), lo que, según Max Aub, le convertiría en genovés. La ciudad de uno era, para él, "donde se crió". Lo cierto es que, a pesar de residir en Roma desde joven, nunca dejó de volver a su tierra natal, donde pasaba los veranos. Ni de escribir sobre ella. Livorno es una palabra que se repite en sus versos. Y son no pocos los lugares que o se mencionan o que dan título a éste o aquél poema, relacionados también con su geografía del alma.
A la predilección que siento por su poesía debo añadir un dato biográfico que lo hace aún más cercano: se ganó la vida como maestro de escuela  (maestro elementare, dirían allí).
En el origen de la poesía, y de su vida, estuvo la música, "eje fundador y razón", según Reche, que firma un prólogo iluminador.
Descreyó a partes iguales del hermetismo (aunque apreciara a Ungaretti) y del neorrealismo y, por eso, le cabe el calificativo de "inactual" (Mengaldo). En su último libro (ya póstumo, de cuya edición se encargó Giorgio Agamben) escribe: "Vivir en desarmonía / con la época (ir / contra los tiempos a favor / del tempo) es nuestra manía. / Creemos en el anacronismo. / En el rayo. No en el futurismo".
"Hosco" poeta de la "antihistoria", a pesar de haber luchado en la Segunda Guerra Mundial que no deja de ser un acontecimiento sobrecargado de Historia. A ella, a la guerra, dedico poemas; nada bélicos, por cierto."Todo", por ejemplo.
En los primeros que publicó encontramos lo que seguiremos hallando en los últimos: sencillez, brevedad, fragilidad, palabras usuales... Y amaneceres, atardeceres, pueblos, playas, muchachas, veranos, infancia... Al fondo, acaso, la sutil influencia del ligur Montale de Ossi di seppia.
Por aquello de la música, sus poemas tienen mucho de canciones. Populares a veces (así me suena "La taravilla", por ejemplo).
Creía en la necesidad de conocer la técnica a la hora de abordar un poema. Y defendió y usó la rima. En sus sonetos, pongo por caso. Y digo "sus" no tanto porque fueran suyos cuanto por lo novedoso de sus construcciones y las variaciones que hizo sobre esa composición clásica.
Elevó a su madre, Anna Pichi, a "nombre de leyenda" de la poesía italiana del Novecento. Y nunca dejó de mencionar a su mujer, Rosa Rettagliata, la Rina de sus poemas.
Fue cazador y a la caza dedicó algunos versos también (uno de sus libros de titula El francocazador).
A medida que fue pasando el tiempo su poesía se fue adelgazando (como él), esencializando, haciéndose cada vez más clara y sencilla, sí, pero más honda si cabe. "Palabras" dice: "Las palabras. Ya. / Disuelven el objeto. / Como la niebla los árboles, / y el río el velero."
Dejó dicho: "Mi ambición, o vocación, ha sido siempre la de conseguir, a través del verso, encontrar, buscando la mía, la verdad de todos. O, para ser más modestos y precisos, una verdad (una de tantas verdades hipotéticas) que pueda servir no sólo para mí, sino también para todos los otros mézigues (o “yo mismos”) que forman el prójimo (que también llamamos el Otro), del que yo no soy más que una de tantas células vivas."
Si tuviera que elegir entre todo lo bueno de esta antología extraordinaria, elegiría el extenso y memorable poema "Me quedo", o con "Palabras (tras el éxodo) del último de Moglia", dos cantos a la permanencia, de lucha contra el abandono. Rastros o restos de un mundo que murió hace tiempo. Todo lo contrario que su poesía, tan actual y moderna como la que más; atenta a lo que importa, que nada tiene que ver con la actualidad y la moda. Por eso, ay, sigue tan viva. 

Caproni en la escuela